Una mujer que vivió en la Alemania de la baja Edad Media que lo estudió todo y lo hizo casi todo. Fue una persona extraordinaria por todo lo que llegó a hacer, la influencia y el poder que tuvo, lo respetada y venerada que fue y lo adelantada a su tiempo. Una monja que fue abadesa, científica, santa, lingüista, visionaria y profetisa, conocida como «la sibila del Rin«, una mujer increíble hasta en nuestros tiempos.
Nació en el año 1.098, décima hija de un matrimonio noble. Fue una niña de salud delicada que, a los 14 años, fue entregada en el monasterio de San Disibodo. La entregaron como “diezmo”, algo muy habitual en la época. Los hijos menores eran entregados a la Iglesia junto con una dote, tanto chicas como chicos. Era, entre otras cosas, una manera de asegurarte que rezaran por ti y tu familia y ganar un lugar en la “vida eterna”. Ya de niña comentó a su mentora que “veía y oía cosas extrañas” quien la tranquilizó por tener ella misma episodios parecidos. Estas visiones místicas la acompañaron durante toda su vida.
A la muerte de su mentora se puso al frente del pequeño convento, en 1.136. En 1.141 confió a un monje sus visiones y que era instada a escribir lo que veía. El monje le aconsejó hacerlo y examinó estos escritos, entregándoselos al abad de San Disibodo. En aquel entonces las visiones proféticas estaban reservadas a los hombres con lo que el abad se encontraba con un problema. Por otra parte, tener una monja visionaria podría atraer monjas y donativos. Finalmente mostraron los textos de Hildegarda al arzobispo de Maguncia.
Tras conseguir el apoyo del monje más influyente en el mundo occidental, Bernardo de Claraval, y dejando que éste llevara su caso ante el pontífice Eugenio III, éste envió a dos obispos a evaluar el caso y, siguiendo las recomendaciones de Bernardo, no sólo le concedió el permiso sino que la exhortó a “expresar lo que conociera por el Espíritu Santo”.
A partir de ahí la abadesa contaba con una posición privilegiada y de alto prestigio lo que llevó al ingreso en el convento de un elevado número de chicas. Al no caber ya en esas dependencias, en lugar de ampliar el lugar, tuvo una visión en la que el Espíritu Santo le mostraba que debían trasladarse a la tumba de San Rupert. En aquella época, en la orden de los benedictinos, conventos y monasterios estaban juntos. La independencia del convento significaba pérdida de prestigio y económica para el monasterio, por lo que no se veía con buenos ojos. Tampoco era bien visto por toda la sociedad, en un tiempo en el que una mujer dependía siempre de un hombre: padre, esposo, hijo, hermano, tío…
Hildegarda consiguió lo que quería, siendo muy generosa económicamente con el monasterio, aunque algunas monjas la abandonaron (junto con sus dotes) porque sus familias no estaban de acuerdo en esa independencia sin un varón que la controlara. Ella prosiguió estudiando, investigando y escribiendo.
Se convirtió en toda una autoridad a la que acudían gentes de todas partes para escucharla, para pedirle consejo, para obtener curación, etc. Estableció comunicación con papas, hombres de estado, emperadores y otras figuras notables. Fue la única mujer a quien la Iglesia permitió predicar al clero y al pueblo en iglesias y abadías, a lo largo de diferentes viajes, hablando de lo aprendido en sus visiones. Por ello la llamaban “la sibila del Rin”.
Escribió un total de 12 libros, más de 70 piezas musicales. A través de sus textos, la abadesa realizó interesantes aportaciones a la ciencia. A pesar de creer en un origen divino, no pensaba que la creación fuese resultado de una intervención sobrenatural sino de la presencia de los cuatro elementos primordiales que dividió en dos clases, las superiores o celestiales (fuego y aire) y las inferiores o terrenales (agua y barro). Según Hildegarda, ambas clases estaban relacionadas como lo estaban el macrocosmos y el microcosmos. Postulaba que, con independencia del impulso creador, los misterios del cosmos podían explicarse a través de la observación y el razonamiento.
Mostró grandes conocimientos de botánica, medicina y fisiología humana. Intuyó la circulación de la sangre siglos antes de que pudiese comprobarse. Se ocupó de tener un huerto variado y de que sus monjas se alimentaran correctamente. Realizó la descripción más detallada del orgasmo femenino que se había hecho hasta la fecha. En realidad, todas sus explicaciones médicas sobre el sexo llaman la atención por su realismo.
Fue abadesa, mística, teóloga, médica, compositora, escritora, herborista, científica, poetisa, lingüista y pintora. Se podría decir que hasta actuó como psicóloga y filósofa, según se deduce de la cantidad de correspondencia que mantuvo y el contenido de estas cartas. Pero fue borrada de la historia durante 800 años hasta que en la Segunda Guerra Mundial la falta de medicinas llevó a investigar antiguos manuscritos en busca de otros remedios y se encontraron con su obra.
Si Hildegarda hubiera sido un hombre se habrían estudiado durante siglos su vida y su obra ya que fue una mujer del renacimiento en plena Edad Media. Habría sido tan grande como Leonardo. Ah, ¡¡y vivió 81 años!!